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Ser una empresa electrointensiva en España debería ser sinónimo de importancia estratégica, de protección ante imprevistos y de prioridad frente a otras industrias. ¿Pero lo es realmente? La respuesta, al menos hoy en día, parece más cercana a una condena que a un privilegio. En un país donde el precio de la electricidad cambia más que el tiempo en abril, el coste energético puede ser la diferencia entre crecer o cerrar.
Una empresa electrointensiva, en teoría, es aquella que consume mucha electricidad porque la necesita para producir. Hasta ahí, todo lógico. Estas compañías deberían tener condiciones especiales, ayudas claras y estabilidad suficiente para operar sin miedo a que una factura energética dispare todos sus costes. Pero la teoría y la práctica, en este país, rara vez van de la mano. La realidad es otra: precios eléctricos desorbitados, falta de contratos a largo plazo, impuestos elevados, ayudas que no llegan y un Estatuto Electrointensivo que se anunció con entusiasmo en 2020 pero que, en la práctica, sigue sin ofrecer soluciones reales. ¿Cómo puede una industria tomar decisiones a largo plazo cuando el marco normativo cambia constantemente? ¿Cómo se puede competir con nuestros vecinos de Francia o Alemania cuando ellos ofrecen energía más barata y estable, y nosotros solo incertidumbre?
El coste eléctrico se ha convertido en un lastre que repercute en la competitividad. Y no es una forma de hablar. Hay empresas que directamente han optado por llevarse la producción fuera de España, es decir, deslocalización. Y con cada industria que se va, perdemos empleo, tejido productivo y, sobre todo, futuro. Lo más preocupante es que esto no es casualidad. Es el resultado de una política energética incoherente, débil y desconectada de las necesidades reales del sector industrial. ¿Estamos dispuestos a permitir que se desmantele la industria electrointensiva en nuestro país mientras Europa la cuida como un activo estratégico?
La promesa del Estatuto Electrointensivo ha quedado en eso: una promesa. Las ayudas que ofrece no están a la altura de lo que ya están aplicando nuestros vecinos europeos, y los procedimientos para acceder a ellas son lentos, burocráticos y cambiantes lo que dificulta aún más todo. ¿Quién puede permitirse esperar mientras el mercado te castiga cada hora con precios que no puedes controlar?
Frente a esta situación, toca hacerse una pregunta muy sencilla: ¿puede una empresa electrointensiva seguir siendo competitiva en España? La respuesta dependerá, en parte, de lo que cada compañía decida hacer para adaptarse, pero también de lo que el Estado esté dispuesto a cambiar. Porque una política energética sin visión industrial es simplemente una política incompleta. La reactivación momentánea de la ayuda del 80 % en los peajes eléctricos para consumidores electrointensivos puede parecer un alivio temporal, pero refleja una preocupante falta de estabilidad regulatoria. Este tipo de medidas, que deberían ser estructurales para garantizar la competitividad de la industria española frente a otros países europeos, se están tratando como parches improvisados. Si finalmente el Gobierno no aprueba este Real Decreto-Ley, muchas industrias verán comprometida su viabilidad económica, justo cuando más se necesita certidumbre para atraer inversión y mantener el empleo, veremos que sucede finalmente y como puede afectar estas decisiones en las empresas. La política energética debe ofrecer continuidad, no bandazos.
En ENERJOIN lo vemos cada día: industrias que luchan por reducir sus costes eléctricos, por ganar algo de estabilidad en un entorno caótico. Por eso trabajamos diseñando soluciones energéticas a medida, desde la monitorización avanzada de consumos hasta la participación en los mercados de flexibilidad u otro tipo de estrategias. Además, ayudamos a nuestros clientes con todas las obligaciones que tienen que cumplir acompañándolos siempre y no dejándoles solos en mitad del proceso. Porque sí, una energía eficiente también tiene que ser rentable, predecible y, sobre todo, justa.
Entonces, ¿ser electrointensivo en España es un privilegio o una trampa regulatoria? Hoy, con todo lo que sabemos y vivimos, la respuesta parece clara. Pero lo más importante es que todavía estamos a tiempo de cambiarla, y como decía mi abuelo: “Más vale tarde que nunca”.