Y falló lo que nunca había fallado.
El pasado 28 de abril, todos vimos cómo un inesperado apagón de electricidad sacudió nuestro país no haciendo discriminación alguna entre los afectados. Industrias, servicios, ciudadanos, todos nos quedamos a oscuras. Unos durante más tiempo y otros durante menos, pero todos nos quedamos sin luz.
Pero más allá del propio hecho puntual y el impacto inmediato que ha tenido, está el impacto simbólico de lo que supone dejar un país sin luz. Y este nuevo impacto acaba de reabrir un debate crucial que, seguramente, hace años que tendría que haber estado sobre la mesa: la fiabilidad del sistema eléctrico en plena transición energética y, no lo olvidemos, electrificación de la economía.
Estamos en un momento clave. España lleva años aspirando a convertirse en hub energético europeo y atraer mucha demanda entre industria y centros de datos gracias al potencial teórico de mucha energía renovable barata y grandes proyectos de descarbonización.
Pero todo esto saltó por los aires el lunes pasado, en un momento terrible, puesto que coincidía con una serie de eventos donde precisamente se estaba poniendo sobre la mesa el potencial de la Marca España como generador de energía limpia, segura y competitiva.
Este corte de suministro fue, además, una sorpresa para todos (casi) al no estar precedido en los días anteriores de alertas públicas y dándose en una jornada apacible, con buen tiempo y una demanda controlada
Por lo que, esta falta de previsión agrava aun más la percepción de vulnerabilidad de nuestro sistema eléctrico, tanto para el ciudadano, como para la empresa, como para todos aquellos inversores que están comprando esta Marca España y planifican inversiones muy necesarias para nuestro país.
No deja de ser curioso, eso sí, que desde el polo industrial se llevase mucho tiempo alertando de situaciones críticas en cuanto a sobretensiones y calidad de la señal, sin efecto alguno por ninguno de los estamentos.
El silencio que ha continuado desde dicha fecha y hasta nuestros días acerca de las causas no hace más que añadir incertidumbre, abriendo además un debate político permanente especulando sobre posibles causas y posibles culpables. Continua el daño a la Marca España.
Y es que estamos en un momento clave. Grandes fondos, fabricantes y empresas no valoran solo la competitividad del precio, sino también la estabilidad y la resiliencia del mismo y un evento así genera ruido, mucho ruido.
Los grandes proyectos de consumo demandan certeza, no solo en coste si no en operatividad y en suministro.
De este modo, si se sigue generando la percepción de que nuestro sistema eléctrico puede fallar y no se sabe por qué, ese factor se traducirá en una prima de riesgo o una elección a otros destinos que, igual que nosotros, están ávidos de atraer inversiones.
Y por último, ya podemos poner en duda incluso nuestra transición energética. No la transición en si misma, sino la forma en que abordamos la nuestra y seguramente la falta de debate que hemos tenido en torno a la misma.
Mientras los objetivos climáticos nos empujan a electrificar todo lo posible (proyecto CAE), este tipo de fallos pueden alimentar el escepticismo, de tal modo que ciudadanía y empresas puedan empezar a tener dudas sobre si la infraestructura eléctrica del futuro será más estable y no menos.
Por todo ello, es crucial que las causas del apagón se conozcan cuanto antes y con total transparencia.
No basta, por tanto, con una nota técnica interna. Se necesita una comunicación institucional clara, accesible y orientada a reforzar la confianza en el sistema. Si fue un error humano, debe corregirse. Si fue una debilidad técnica, debe solucionarse. Si fue un fallo estructural, debe aprenderse.
España todavía tiene ante sí una oportunidad estratégica para liderar la transición energética, pero este liderazgo significa también asumir errores, comunicarlos con responsabilidad y demostrar capacidad de autocrítica y mejora.
De cómo se gestione el relato del apagón del 28 de abril dependerá en parte la credibilidad del país como destino energético fiable y moderno. Y esto es, al fin y al cabo, marca país.